¿La actividad humana puede producir terremotos?

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Artículo del doctor Rafael Yus Ramos, catedrático de biología y geología y miembro de Ecologistas en Acción, en el que analiza las distintas actividades humanas que influyen sobre la sismicidad y sus consecuencias.

Los terremotos, sismos o temblores de tierra son fenómenos naturales producidos por la geodinámica o tectónica del planeta, especialmente en aquellos lugares donde los materiales de la corteza están sometidos a fuertes presiones que ocasionan fracturas a través de las cuales se va liberando esa energía de compresión o extensión. Esta energía es de valores muy elevados para ser emulada por la actividad humana normal, aunque hoy día, la energía nuclear puede llegar alcanzar valores muy elevados. Pero esta afirmación se refiere a las formas naturales de producir terremotos, ya que en la práctica sí hay actividades que han demostrado ser sismogénicas, es decir, productoras o inductoras de terremotos. Es lo que se conoce como sismicidad inducida.

En efecto, todos hemos podido sentir alguna vez terremotos de baja intensidad cuando pasa un camión cerca de nuestra casa. Aquellos que han tenido que soportar explosiones por diverso motivo (ej. extracciones de rocas) en las cercanías de sus viviendas, también han visto oscilar la lámpara. Pero hay otras actividades humanas, mucho más osadas, que pueden llegar a activar fallas existentes en el terreno y producir terremotos de intensidad suficiente como para ser preocupante. Veamos cuatro casos:

a.-Hidrosismicidad. Este fenómeno consiste en la producción de terremotos por la modificación del estado físico o mecánico del sustrato geológico del subsuelo debido a la modificación del contenido de agua en un sector de la corteza terrestre, sea por saturación (ej. después de intensas lluvias como sucedió en Torreperogil, Jaén) o por extracción (ej. extracción excesiva para riegos, con escasa reposición, como sucedió en Lorca, Murcia).

b.-Fracking. Esta práctica, que constituye la última vuelta de tuerca de la era del petróleo, cuando empieza a declinar, consiste en inyectar agua a presión en el subsuelo para remover una bolsa de combustibles fósiles y así poder extraerlos, ya que no es posible hacerlo mediante pozos convencionales. En España este sistema no está aún implantado, aunque se asegura que para este año empezarán los primeros proyectos. Pero en los lugares donde es frecuente (ej. Estados Unidos) se ha demostrado que estas prácticas provocan una sismicidad que finalmente llega a activar fallas cercanas que producen terremotos más fuertes e incluso que éstas últimas puedan activar fallas situadas mucho más lejos. Esto está demostrado científicamente y es incontestable.

c.-Almacenamiento de gas. Ésta es una práctica consistente en inyectar gas natural en un terreno detrítico (es decir que tenga huecos entre los granos de terreno) como almacén de gas, al ser más seguro y barato y disponer así de un recurso antes de que su precio suba, lo que supone un ahorro importante en la factura. Esto se empezó a hacer en un antiguo pozo petrolífero situado en el mar de Vinarós, en Castellón (llamado Castor) (Fig.1). Al poco tiempo de empezar la inyección empezó a sentirse una serie de temblores, algunos de intensidad preocupante, obligando al Gobierno a paralizar el proyecto. La inyección de gas provocó la activación de fallas cercanas.

 

d.-Prospecciones marinas. Este tipo de prácticas, también vinculadas al declive de los recursos energéticos no renovables, se ha venido realizando en todo el litoral español, incluido el mar de Alborán, que es considerado una de las zonas tectónicas más inestables del mundo, con multitud de fallas en el subsuelo. En la fase de prospección, un buque arrastra unos cables que van produciendo “disparos acústicos” para obtener una imagen de las características del subsuelo oceánico y detectar posibles bolsas de gas. Estos disparos podrían provocar un alud de los sedimentos que hay en el fondo del mar, que están depositados en zonas de mucha pendiente (talud), de forma que al deslizarse elevarían el nivel del mar y provocarían un tsunami que afectaría tanto a la costa europea (España) como a la africana (Marruecos, Melilla), como demuestra un estudio científico realizado recientemente. Pero además, caso de que se plantee la extracción de ese gas, seguramente se haría mediante la técnica del fracking anteriormente señalada, y entonces tendríamos riesgos en dos fases.

El denominador común de todos estos casos es la modificación de las características mecánicas del suelo (elasticidad, fragilidad, etc.) por causas antrópicas. Cuando esta actividad se realiza en un subsuelo poco tectonizado y por tanto sísmicamente estable, sus consecuencias podrían ser asumibles, pues a lo máximo se producirían terremotos de baja intensidad, sin ninguna consecuencia. Pero en todos los casos que se ha citado, la actividad antrópica se ha realizado en zonas tectónicamente activas, con un historial más o menos conocido de terremotos y donde se  sabe, por estudios geológicos previos, que hay fallas activas en sus alrededores. Sin duda alguna, un buen estudio de impacto ambiental, previo a la realización de estas actividades, que contemple la localización de estructuras tectónicas del subsuelo, sería una garantía de seguridad. Desgraciadamente aquí entran los intereses de las multinacionales que protagonizan estas actividades y pueden despreciar fallas situadas a cierta distancia. Ante esta posibilidad cabría plantear dos posibles posturas: una radical de prohibición de este tipo de actividades por aplicación del principio de precaución, y otra, más tolerante, que admitiría estas prácticas siempre que se garantice un monitoreo permanente de la sismicidad de la zona afectada y que obligue a detener la actividad en cuanto se detectara un aumento de sismos de intensidad importante. Es una decisión que deben tomar los ayuntamientos (ya hay una iniciativa de declaración de “municipios libre de fracking” por ejemplo) y la movilización ciudadana. Lo mismo estaría indicado para las prospecciones marinas tanto en el litoral de España como en el de Marruecos: ninguna actividad de éstas es aconsejable en una cuenca repleta de fallas sismogénicas, por lo que se debería declarar el mar de Alborán como “zona libre de prospecciones y libre de fracking”.

Plataforma de inyección de gas en Vinarós-1

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