El carrizal del río Oro. La vida se abre camino
Ver cómo el carrizo (Phragmites australis) se va extendiendo sobre el lecho de cemento del río Oro es la mejor manera de entender la vieja frase «la vida se abre camino». En el plan de renaturalización que proponemos para el río a su paso por la ciudad no incluimos levantar el suelo de cemento del lecho del río, porque experiencias anteriores demuestran que en poco tiempo la vegetación ribereña haría desaparecer este suelo sin problemas. Como veis, a pesar de la imagen que se intenta vender (y se consigue) del río por parte de las autoridades como que es un arroyo infecto, el caudal de agua que circula es transparente y está lleno de peces y anfibios. Precisamente los carrizos son responsables de la claridad de estas aguas, pues las plantas macrófitas tienen un poder de absorción de contaminantes muy alto, y aunque no faltan a lo largo del río emisarios ilegales de aguas fecales, estas plantas obran el milagro de purificarlas sin ningún esfuerzo por nuestra parte. El único esfuerzo que se realiza es precisamente para arrancarlas con maquinaria pesada cada cierto tiempo, junto con el hábitat de multitud de aves y otras especies protegidas, algo impensable hoy en día en el resto de ciudades españolas
Es muy importante distinguir la caña común (Arundo donax), de origen asiático, del carrizo (Phragmites australis), totalmente autóctono. La caña se extiende peligrosamente por los cauces; no es flexible, sino quebradiza, y al quebrarse con las riadas forma tapones que pueden acarrear un serio problema. El carrizo, en cambio, es flexible, y sus tallos no superan el diámetro de un dedo de grosor. En las crecidas actúa como regulador de la fuerza de las aguas, evitando riadas e inundaciones. Por eso los planes de cauces a nivel estatal y europeo aconsejan retirar las poblaciones de caña de los cauces y sin embargo emplazan a favorecer el crecimiento de la vegetación ribereña autóctona, como carrizos, eneas y juncos.